Consejos para mamás
Hijos: ¿La tierra que traga sus moradores?
¿Ser mamá fue lo que tú esperabas? Para mí, en muchas maneras, no. Nunca esperé que fuera de color de rosa, pero desde mi primer embarazo (que terminó en la tragedia de una pérdida gestacional a las 8 semanas) hasta mi vida hoy con una pequeña que sufre un trastorno de sueño, muchas cosas fueron mucho más allá de lo que imaginé—aun cuando aseguraba a mis amigas que estaba preparada para sobrellevar las durezas de noches sin dormir y berrinches a toda hora. Pero ¿sabes? Estoy agradecida que no ha sido fácil este camino, y que las situaciones que no me esperaba me han rebasado.
¿Tú de donde te agarras cuando sientes que la situación te rebasa? Si eres más madura y espiritual que yo, probablemente me dirías, “De Dios, en oración…” y me daría gusto. ¿Pero qué me dirías a mí, como estaba hace aproximadamente 2 meses? Batallando por ayudar a mi pequeña a dormir, yo también cansada y desanimada. En mi frustración, sentí que ya no tenía caso pedir que durmiera—porque noche tras noche, lo pedía y nada cambiaba (a mi parecer). Estoy compartiendo las batallas íntimas de mi corazón, porque creo que son batallas que muchas otras tienen. Una de esas cosas inesperadas de ser mamá fue que mi pequeña no durmiera, hiciera yo lo que hiciera. No lo comparto para que me contacten con remedios y soluciones—sino para que comprendas que, en mi desesperación, el punto que estaba yo en relación con Dios, que si en Él no había ayuda y respuesta, estaba absolutamente perdida.
Esa desesperación me llevó buscar de dónde agarrarme, y agarrarme bien. Te pregunto, cuando oras, ¿a quién oras, y con qué confianza pides lo que pides? Dirás, “Ay, Lia, qué ridícula, a Dios. ¿O no somos cristianas?” Pero te diré esto—dos veces en mi vida me he enfrentado a un “No” de Dios en oración que me ha movido el suelo bajo mis pies. Y las dos veces he tenido que revisar lo que creo de Dios, y finalmente renovar mi mente respecto a lo que creo.
Antes de ser mamá, Dios me había dado promesas respecto a ser mamá, y armada de ellas, había entrado con gozo y paso firme a esta carrera. Pero tres años después, llorando en desesperación al lado de mi bebé cansada, sentía muy lejanas esas promesas. Me sentía profundamente agradecida por mis niñas (dos perdidas me enseñaron a valorarlas), y sabía que, en realidad, no era grave un trastorno de sueño, no era vida o muerte. Pero me sentía rebasada por el reto. Mis promesas seguían vigentes, pero yo las sentía lejanas. No había dejado de creer en Dios, solo ya tenía tiempo que no me refrescaba en lo que me había dicho. Orar no tenía sentido porque no estábamos de acuerdo Dios y yo.
Entonces volví a mis promesas. Pienso que toda mamá debiera tener promesas con las cuales fortalecerse en tiempos difíciles, y les comparto una de las mías. En enero del 2014, justo antes de embarazarme por primera vez, estaba cansada y confundida por las advertencias “amables” de algunas mamás. Decían que nunca dormiría igual, que más valía que me fuera despidiendo de mi esposo, porque no nos volveríamos a ver ni interesar por muchos años más—era abrumante.
Entonces busqué a ver qué decía Dios al respecto. Me dio la historia de Números 13 y 14. Para resumir, el pueblo de Israel estaba por entrar a la Tierra Prometida, habiendo visto maravillas en Egipto y el desierto. Enviaron a 12 espías a ver la tierra que iban a conquistar, y trajeron su reporte: la tierra que Dios había prometido era excelente, peeeero las ciudades eran fortificadas (difíciles de tomar), y vivían ahí gigantes—y dijeron, en resumen: “Es tierra que traga a sus moradores”. ¡Ajá! ¡Exacto! Así me describían la tierra prometida de ser mamá. Nada de eso de que los hijos son “Saetas en manos del valiente…bienaventurado el que llenó su aljaba de ellos”—¡no! ¡Esta tierra traga a sus moradores! Pero la historia sigue. El pueblo de Israel se altera, pero Josué y Caleb, dos de los espías, rasgan sus vestidos y tratan de hacer al pueblo ver razón. Les dijeron que la tierra era todo lo que Dios había dicho que sería, y si Dios los estaba llevando allá, DIOS se encargaría de los muros fuertes y los gigantes, porque Dios es más poderoso que gigantes y ciudades fortificadas. Fortalecida en la convicción de esta verdad, entré de lleno a la aventura—Ser mamá sería difícil, pero Dios iba conmigo, llevándome, y se encargaría de los gigantes y los muros fuertes.
Corre el tiempo adelante 3 años—me encontraba desanimada frente a un muro que no lograba conquistar, habiendo visto grandes maravillas en el camino, pero tentada a creer que debía de haberme rendido cuando había oportunidad. Y Dios me trajo de regreso a sus promesas. Dios no habla a la ligera, ni promete lo que no cumple. Me detuve a examinar mi perspectiva, y cambiarla, y he llegado a una conclusión: la “leche y miel” de ser mamá no consiste enteramente en los momentos dulces en los que se te aprieta el pecho de felicidad, aunque son muchos y maravillosos (si tienes ojos para valorarlos). La leche y miel más dulce se encuentra por las que, enfrentadas por situaciones que les parecen imposibles de soportar, que las llenan de desánimo—cavan profundo, para encontrar los propósitos de Dios en tristeza, en frustración, en desanimo, en las experiencias difíciles e inesperadas de ser mamá. Porque allí hay dulces consuelos, enseñanzas, y fortaleza. Allí podemos conocer a Dios profundamente.
Amada amiga, mamá, que te encuentras como yo estaba—habiendo perdido el gozo que antes tenías en ser mamá, si estás allí ¡estás en muy buen lugar! Allí cava, y encontrarás oro precioso, purificado con fuego. Si Dios te dio antes promesas, regresa a ellas, y medita en ellas. Si no tienes aún, búscalas. No tengo la más mínima duda que allí Dios tiene grandes cosas que enseñarte, pero tienes que abrazar lo que te ha asignado y cavar profundo hasta encontrar sus propósitos. ¡Y allí hay mucho gozo!
Lia Turnbull